Melville, Gombrowicz y Vila Matas




Herman Melville es un reconocido escritor de aventuras de mar: Benito Cereno, Typee, Billy Budd, Omoo y al fin Moby Dick. Salvo la última que es sin duda una novela, las otras no lo son. Durante los días de ocio gris de esta semana santa pasada, releí Benito Cereno. Recordé a Rafael Sabatini, cuyas historias, a las que también llamaban novelas, me divirtieron en la adolescencia. No sé si pasé más tiempo leyendo La bandera del toro, Scaramouche, Bardelis el magnífico y tantas otras, o en las enciclopedias y documentos investigando si aquellas maravillosas historias eran ciertas o no. Lo que sí era cierto, es que eran historias de aventuras, sin más pretención que eso. Benito Cereno, de Melville quizás no tenga más afán que relatar una historia basada en una noticia de época. Benjamín Vicuña McKenna, senador, diputado, intendente de Santiago y político de nota, al retirarse a su hacienda de Santa Rosa de Colmo, cerca de Valparaíso, se dedicó a recoger y documentar relatos históricos de este puerto. Uno de ellos cuenta la historia del barco La Prueba, antes llamado The Tryal originario de Nantucket, en ese entonces a cargo del capitán peruano, de origen español don Benito Cerreño, que en mil ochocientos cinco zarpó a Lima con un cargo de setenta y dos esclavos senegaleses, arriados por Alejandro de Aranda, desde Mendoza, para ser entregados en el Perú. En medio del viaje los negros se amotinaron y asesinaron a su dueño e intentaron obligar a Cerreño a cambiar el rumbo hacia el sur, para cruzar el Cabo de Hornos y llevarlos de vuelta a Senegal o cualquier otro lugar donde los esclavos recuperaran su libertad. La aventura concluye en la isla Santa María, al sur de Concepción, frente a Lebu. En la historia de Melville los sucesos ocurren en mil setecientos noventa y nueve y el nombre del capitán ha sido adaptado, suprimiendo una erre, incomprensible como doble en inglés y cambiando la eñe que no existe en ese idioma. Por lo demás, en esencia, el relato es el mismo. He visto que la obra de Herman Melville ha sido catalogada de cuento y de novela. La extensión, treinta y cinco mil palabras, induce a algunos a suponerla novela. No obstante, la novela no es un cuento largo. Tampoco es un relato de aventuras. Por eso digo que las de Sabatini no son novelas. La novela nace del Quijote de Cervantes. En su época la gente se alienaba, como hoy con la televisión o las redes sociales, con las historias de caballería. La historia de don Quijote de la Mancha parodia aquellas otras, para burlarse de manera irónica de ellas: El Amadís de Gaula, Las Sergas de Esplandián, Florismarte de Hircania, El caballero Platir, Palmerín de Oliva o la Historia del famoso caballero Tirante el Blanco y más. En esta tarea lleva al lector a reflexionar en la locura y la sinrazón de dejarse ir de las fantasías; en el idealismo y la solidaridad, en el heroísmo loco y absurdo de los salvadores del mundo y tanto más. Al terminar de leer El Quijote no sólo ha seguido, el lector, el relato de una historia, sino que se ha enriquecido en la propia reflexión inducida por la obra. Ese es el nudo central, donde se guarda la maravilla y el encanto de la novela: La reflexión y lo que la obra literaria induce en el lector, que en definitiva es un diálogo con el autor.

Moby Dick, del mismo Herman Melville, sí es una novela, sin dejar de ser un relato de aventuras de mar. Mueve la reflexión sobre la venganza, la ira irremisible, el empecinamiento del capitán Ahab contra la causa de su pérdida intolerable: la ballena Moby-Dick. Mas allá de este drama central, la novela está llena de simbolismo desde la misma plurinacionalidad de su tripulación y en más. En contraste con la extensión de Benito Cereno, Melville escribió Bartleby el escribiente, que siempre es catalogado en el género cuento, pero sí tiene todas las características de una novela, aun cuando es de breve extensión: Mas o menos la mitad que Benito Cereno o que Moby-Dick.

Bartleby el escribiente es una interesante obra, digna de ser recomendada a quienes no la conozcan y a aquellos que quieran comprender qué hace a una novela ser una novela. Bartleby es un escribiente, un copista de un estudio de abogado, que a pesar de recibir un trato magnífico, de pronto se niega. Se niega a hacer su trabajo, se niega a cumplir encargos, se niega a ser despedido, con una respuesta inesperada e insólita: "Preferiría no hacerlo" llega a dominar la acción de su jefe y a anularlo. La extraña y misteriosa razón, nunca revelada para "Preferir no hacerlo" va llenando poco a poco el universo narrativo, en la voz del abogado, quien, finalmente, a pesar del repudio se ve envuelto en la voluntad de Bartleby y su "Preferiría no hacerlo", al punto de hacerse cargo de su destino y de traspasar el enigma de la negativa al lector. Bartleby el escribiente es una de esas obras que es difícil de olvidar: Preferiría no hacerlo.

No pudo olvidarla Enrique Vila Matas, que quedó atrapado en la negativa de seguir escribiendo de Bartleby y en el significado de esa negativa: "Preferiría no hacerlo"; al punto que la reflexión sobre el tema lo llevó a escribir ese engendro raro llamado Bartleby y compañía. ¿Qué es Bartleby y compañía?. A pesar de todo lo dicho antes, cada texto que uno toma, lee y encasilla como novela porque tiene al centro de sí misma una reflexión, un producto que la justifica, como la venganza y la ira contra el propio destino en Moby-Dick, el vacío existencial que produce el desamor y la soledad del señor Bloom en el Ulises de Joyce, que llena su día de nada fragmentada en pequeños trozos de algo para evitar la soledad en compañía de su mujer, o la fuerza del arribismo en Madame Bovary de Flaubert; siempre encuentra que esa reflexión va montada, modulada, en una historia. Bartleby y compañía no. No hay una historia, no hay un relato ni un desarrollo. Sólo va montada sobre la abstención literaria de sus múltiples personajes. ¿Es entonces una novela?.

El ensayo es un género literario destinado al análisis, la reflexión, la revisión y proposición de ideas, quizás no demostrables: ¿Por qué deja de escribir Salinger? ¿Y por qué enloquece Hölderlin y sólo escribe extraños poemas sin sentido? Tal vez de ahí nace su nombre: Ensayo. Es un intento de esbozar una posibilidad que quizás otro recoja para proveer una teoría, un modelo final o más. ¿Es Bartleby y compañía un ensayo?. Desde luego es una divagación narrativa, en la que a partir de datos reales se va ficcionando a base de historias y quizás personajes, no todos reales, los motivos para caer en la negativa de Bartleby a seguir escribiendo: "Preferiría no hacerlo". Podría ser un ensayo tanto como una novela: Un raro ensayo o una novela extraña, o también un engendro absurdo, como el propio Bartleby de Melville y su actitud. Como sea, es un interesante excentricismo que se instala en medio de la literatura como otro punto de partida diferente a cualquiera. Es posible que haya en Enrique Vila Matas un afán vanguardista. ¿Por qué es tan deseable la vanguardia? ¿Quién se niega a ser un vanguardista? ¿Quién no quiere ser su adalid? A veces uno mira a los vanguardistas de pacotilla y va desarrollando un sentido de recelo en relación a las vanguardias, una cierta sospecha. Si Vila Matas pretende, con esta obra, de notas al pie de página, como la describe su narrador jorobado, pararse al centro de la vanguardia, diría que a pesar de cualquier sospecha, de cualquier interés avieso, ya sea de figuración o de búsqueda deshonesta de jerarquía, debo reconocer que, al menos a mí, me parece que lo ha resuelto de manera inteligente, cuestión que no todos logran ni con todo su afán. Bolaño, por ejemplo, nunca lo logró; muchos otros ni siquiera logran salir de la oscuridad.

Muchas veces, por compulsión dialéctica uno se enreda en largas y complejas discusiones. He llegado a sostener, por ejemplo, con tal de prevalecer con una idea, que es verdad que hay un cierto gusano que percibe su universo sólo en dos dimensiones, pero vive en tres, adaptando el sentido de su longitud a un parámetro parecido al que nosotros, los hombres, percibimos el tiempo. Hay en este afán de discutir, el vicio de la reflexión, quizás por eso uno lee novelas. Yo hasta intento escribirlas. También, por lo mismo, aborrezco a quienes no tienen argumentos dialécticos y echan, en vez, mano de Platón, de Aristóteles, de Unamuno, de Ortega y Gasset o de cualquier hito histórico que les permita la desidia de evitar el pensamiento. De la misma índole son los catálogos: "Habrás de saber, amigo mío, que esta obra cataloga como surrealista del período azul". Odio los catálogos, a pesar que todo lo dicho aquí ronda en su entorno. Pero para combatir a un enemigo, es necesario conocerlo. Por otra parte los catálogos dan ciertas referencias que pueden ser útiles. Es que es muy distinto querer leer una novela de amor y aventuras, que un ensayo sobre la química endocrina de la pasión sexual. Habrá que reconocer que cualquier calificación, incluso absurda, incluso verde, promueve el catálogo, de manera que no se podrá jamás evitarlo.

Algún amigo, o mejor dicho un cordial enemigo, se molestó conmigo porque cité un programa de un entrevistador que se pasaba por el canal de televisión de la Universidad Católica de Chile y me catalogó de "ustedes los fascistas de la iglesia católica y sus universidades Opus Dei". En ese programa estuvo entrevistado, hablando de la novela de la vanguardia el desaparecido Roberto Bolaño. Sobre el particular, no dijo nada que no fuera dubitativo o francamente dudoso. Estuvo Jodorowsky cuando todavía no aseguraba que Lady Gaga le había dedicado su "Alejandro" y Rosa Montero, hablando como loca de la Loca de la casa, y Javier Cercas, y tantos más. También estuvo ahí, en otra ocasión, Enrique Vila Matas. Nunca entendí, al menos en ese entonces y hoy sólo lo sospecho, por qué sin mediar pregunta alguna que lo justificara, de pronto Enrique dijo que él había empezado a escribir imitando a Witold Gombrowicz, aún cuando no había leído a Witold y no llegaría a leerlo sino muchos años después. Explicó también que cuando al fin leyó a Gombrowicz su mayor sorpresa no fue qué escribía el polaco, o cómo lo hacía, sino que no se parecía en nada a lo que él mismo escribía, ni tampoco en cómo lo escribía. En ese entonces acababa de terminar de leer Cosmos de Gombrowicz y pensé que alguien que reconocía, sin motivo alguno, que había querido ser un Gombrowicz más, de manera tan estúpida como lo reconocía este casi calvo, macizo, de ojos de buey degollado, no merecía bajo ningún punto de vista ser leído. Caí durante mucho tiempo en el garlito inverso al que planteaba el propio Vila Matas: Él era álter Gombrowicz por las mismas razones que yo anti Vila Matas. Pero tu enemigo y tu adversario son siempre más memorables que tus propios amigos y afines, así que un día cualquiera leí Bartleby el escribiente de Herman Melville y recordé que en aquella entrevista Vila Matas había hablado del "Preferiría no hacerlo" que motivaba su propio Bartleby y compañía. A mi vez yo también había creado, así como Vila Matas a Gombrowicz, mi propia imagen del Bartleby y compañía. Se me hizo ineludible a partir de entonces comparar el Bartleby de Melville con el de Vila Matas y con el mío, creado desde el de Melville y de la entrevista de Vila Matas.

Cada una de las tres caras de la realidad ve a las otras dos y a sí misma de una manera diversa, de modo que la realidad es siempre multifacética y tiene, obligatoriamente, al menos tres veces tres caras. Tal vez por eso Roberto "El cóndor" Rojas, arquero en una época de nuestra selección nacional de fútbol, que a la vez, por entonces, jugaba en Brasil, en el club de deportes Sao Paulo, sintió por razones que no es del caso discutir, que Brasil intentaba perjudicar nuestras opciones de participar en el mundial de fútbol, para favorecer las propias. Como una forma de amagar tan innoble intento, urdió una estúpida conspiración que se llevaría a cabo en el estadio Maracaná durante el partido que enfrentaría a ambas selecciones. En algún momento del partido cayó en la cancha una bengala encendida. El Cóndor Rojas cayó junto a la bengala, al parecer, aturdido por el golpe de ésta. Una de sus cejas sangraba profusamente. Nuestros jugadores se arremolinaron en torno al arquero, otros protestaron ante el juez del encuentro y finalmente entre todos levantaron al herido pájaro de la valla y se lo llevaron a camarines. No volvieron a salir, protestando falta de garantías para jugar. La mujer que había lanzado la bengala fue bautizada como "La Fogateira" y alcanzó fama mundial. El cuadro nacional fue castigado por no volver al juego y la FIFA investigó el accidente, concluyendo que Roberto "El Cóndor" Rojas se había autoinferido una herida con una navaja de afeitar que llevaba escondida para ese propósito. Fue castigado de por vida y no pudo jugar nunca más. El seleccionado nacional fue suspendido por doce años de participar en mundiales de fútbol y otros jugadores que habían estado coludidos con el arquero recibieron fuertes sanciones. Óscar Collazos, por su parte, tuvo el encargo de entrevistar a Vila Matas en cierto festival literario en Bogotá. Se dice que a Collazos lo bautizaron "Coñazos" cuando reprochó a Cortázar su apoyo a la Cuba de Castro. Aquí lo habrían bautizado Condoro evocando al arquero Rojas, que significa más o menos lo mismo. Habría vuelto a merecer el sobre nombre después de presentar a Vila Matas como García Márquez. Sin embargo hay quienes ven la tercera versión de esta realidad y dicen que sin ese equívoco, Gabo (Perdón), quise decir: Enrique no habría tenido el sustento de sorpresa necesario para soltarse en esta entrevista en la que se le veía en extremo rígido, acalorado e incómodo. No estuve ahí de modo que no sé si fue cierto, pero debo decir que siempre lo he visto muy rígido, estereotipado e histriónico. Lo que sí ha de ser cierto, porque lo he visto, lo he leído y en esta ocasión dicen que se habría repetido, confirmando que la realidad tiene tres caras, es que declaró haber comenzado a escribir imitando a Gombrowicz, de manera que al menos verbalmente y también por escrito lo que pareció vanguardia, de tanto darle y darle se ha convertido en lugar común.

A pesar de todo, esta semana santa y su abril de retiro, me han dado tiempo para mirar las tres caras: Benito Cereno, Bartleby el escribiente y Bartleby y compañía. Rescato al Bartleby de Melville y lo recomiendo a quienes no lo conozcan. Me hago cargo de Bartleby y compañía porque soy como todos ellos, y quizás por vocación y porfía, un inédito. Es que me niego a publicar en papel pagando de mi propio bolsillo la osadía, de manera que las pequeñas editoras sólo me sonríen y las grandes editoriales que sólo aman la aventura escrita en papel, me publicarían si yo fuera, por ejemplo, "El Cóndor" Rojas, que de una u otra manera ya es conocido, y no una aventura por publicar.

Kepa Uriberri