À propos des gilets jaunes





Renart Mescries vive en Lyon, no usa su Citröen más que eventualmente cuando viaja fuera de la ciudad. Su sueldo es de cinco o seis veces el mínimo. En general no pasa penurias que no sean intelectuales y que pertenecen a otros. Pero cuando le pregunté ¿por qué protesta con su chaleco amarillo? me dijo:
- Mi situación es un eventual. Pero hay mucha gente que sufre-. Mientras me confesaba su sensibilidad social lanzaba piedras a la policía.
- Y aparte de esta acción reivindicatoria de otros, ¿qué estás haciendo, normalmente por ellos? ¿Aportas parte de tus ingresos para mejorar el de ellos?. ¿Participas de alguna organización en su favor?
- ¡Mais non!- dijo sin encogerse de hombros, mientras lanzaba otro peñascazo.
- ¿Y qué piensas del excesivo consumo de combustibles fósiles?
- Qu'est ce que c'est ça?
- ¿... el calentamiento global?
- Ese problema no es mío...- y lanzó otra piedra que un policía atajó con su escudo plástico. Más allá un grupo había dado vuelta un auto japonés, quizás para promover el uso de los europeos. Otros habían incendiado un Austin, puede ser porque ya está fuera de la Union Europea o puede ser, sencillamente, porque estaba ahí, a la pasada, y era necesario quemarlo. Mascries me gritó: - Le peuple n'ais plus besoin de Macron. ¡Viva la democracia progresista callejera!.

Tuve miedo de algunos energúmenos cuyas expresiones salvajes, con los labios apretados contra los dientes y el rostro rojo, a la francesa, pasaban a nuestro lado. Renart tenía su chaleco amarillo de automovilista furioso. Yo sólo una identificación de prensa colgada al cuello, de modo que me aparté del tumulto.

Quizás si fue un error. Unos policías, tan exaltados como los amarillos, me agarraron y me metieron, después de pegarme un poco, en un carro policial. Mientras esperaba mi liberación reflexioné en que los europeos sólo viven mejor que nosotros los latinos, pero son igual de estúpidos: Se comportan igual. Tal vez es producto de la globalización. Si las sociedades actuales siguen dejándose llevar de las pasiones y las redes sociales, el mundo global terminará gobernado desde la calle, a grito pelado. En mi rincón del mundo eso no lo solucionó una populista de derecha, ni un fascista xenófobo. Fue la fuerza bruta, el miedo, la tortura y muchos años de vidas cercenadas, desaparecidas, exiliadas. La democracia del grito pelado del pueblo destrozando los bienes ajenos no tiene soluciones.

Ysengrin Lerouge, desde una posición de privilegio, sólo se limita a mirar los desórdenes, tan feroces, en torno al Arco del Triunfo. El siempre triunfa: Envía a sus cuadros a mover el caldo y agitarlo, mientras diseña los conflictos. A veces, ¿o casi siempre? le conviene exaltar al pueblo y prometerle apoyo para cuando la situación sea extrema. Y si sucede, el valor de Ysengrin es muy superior al de un puñado de revoltosos que se sacrifican a nombre de la causa cuyo contenido desconocen, pero Lerouge sí. Él suele ser el contenido, de modo que sabe hacerse invisible y culpar al eterno enemigo, siempre de extrema riqueza, siempre opresivo, siempre usurpador de los beneficios que el pueblo exaltado merece y pide.

En tanto, algún Macron, algún torpe gobernante débil, en su turno, colecciona las culpas y paga el precio del progresismo.

En fin, qué lamentable tener espíritu de idiota y no de dirigente, vivir ignorante y engañado gastando garganta en los gritos callejeros, arriesgando el pellejo para ser algún día el mártir de una idea que no se comprende y en la que sólo se cree como en una fe religiosa. Si se aprendiera a pensar en vez de seguir detrás de las instrucciones de Ysengrin, quizás si se llegara a ser Lerouge para estar allá, mirando los tumultos feroces de l'Arc de triomphe de l'Étoile desde la invisibilidad del dirigente.

Un graffiti rojo en el Arco:
¡Le peuple n'a rien de plus besoin de la cinquième république!

Kepa Uriberri