Divagación sobre la distopía final




En primer lugar voy a escribir sobre las pensiones. Hoy en día, alrededor de todo el mundo hay preocupación por este tema porque parece que los sistemas de seguridad social van colapsando en todas partes por una u otra razón.

Parece haber dos formas de enfrentar el problema de las pensiones: La más popular parece ser la que opera como un sistema solidario; esto es que los trabajadores activos aportan parte de su renta para asegurar un ingreso a los ya inactivos. La otra considera que cada trabajador ahorra un fondo personal que financiará su retiro. Hay razones para defender ambos sistemas. El primero tiene el sabor y aroma de las izquierdas. El pensamiento base de éstas nace en la revolución francesa: "Libertad, Igualdad, Fraternidad". Es fácil luchar políticamente por la libertad y también por por la igualdad. Ellas están, además, consagradas en los derechos del hombre. Pero la fraternidad se estrella casi siempre con el interés personal que es tan fuerte. Quizás la única manera sólida y permanente de sostener la fraternidad sea el sistema de pensiones basado en la solidaridad de un fondo común, del cual se benefician los que ya no pueden producir. El otro sistema tiene sabor a derechas. Cada uno se rasca con sus uñas. Así, cada trabajador hace su propio ahorro obligado mientras está activo y vive de éste cuando ya no puede trabajar. El ahorro de cada trabajador lo administra una institución competitiva, encargada de invertir y hacer crecer el fondo del trabajador. Todo muy capitalista y como descalifica la izquierda, muy neoliberal.

Como no soy un economista, sino casi un escritor, voy a analizar a grandes rasgos las cosas, para llegar al fin a mi preocupación verdadera, cuyo horizonte está harto más allá de las fronteras de este tema.

Supongo un momento feliz, en que todo va bien. Un trabajador, durante su período activo, suponiendo que éste dura cuarenta años, cotizará sobre el veintisiete por ciento de su remuneración, con lo que financiará a otro trabajador, ya inactivo, mientras viva. Esto supondría, entre otras cosas, que el trabajador esté activo y productivo durante cuarenta años. Una vez cumplidos ese período laboral, será financiado durante otros quince años, hasta que muera. Así pues cada persona se preparará veinticinco años para ingresar a laborar, jubilará a los sesenta y cinco, y finalmente deberá morir a los ochenta. ¿No es así?.

Así es un sistema solidario. Pero veintisiete y medio por ciento es una carga demasiado grande. Por otra parte, cuando un pobre hombre jubila, no puede esperar a que otro trabaje cuarenta años para percibir su jubilación merecida. Entonces habrá que juntar para cada pago del inactivo, tres trabajadores y dos tercios para hacer su remuneración.

El cálculo, a vuelo de pájaro, asume que el trabajador que cotiza no falla nunca, nunca está cesante y habita una sociedad homogénea, de manera que la composición de remuneraciones de activos y jubilados es igual e invariable. Además, es obligatorio morir a los ochenta años. Si alguien muere, por ejemplo, a los ochenta y dos, obligará a un colega a morir a los setenta y ocho.

No sé cuanto cotiza un trabajador francés o un mexicano, un español o un inglés. Para la jubilación, aquí se cotiza un diez por ciento y las pensiones son desastrosas. Eso no quiere decir que la gente esté ansiosa de cotizar un veintisiete. Asumo que un valor razonable podrá ser un quince por ciento. Al bajar la cotización de veintisiete a quince, se requerirá que seis trabajadores y un tercio financien la remuneración de cada jubilado. La cuestión se hace difícil.

Si cada trabajador tiene siete hijos, ellos aportarán, cuando ya esté jubilado, un monto suficiente para garantizar su jubilación. Pero no sólo se requiere esta alta tasa de reemplazo base, sino que hoy en día todavía los hijos se tienen de a dos. Es decir usted debe tener trece hijos con su pareja para cumplir con la sociedad y que los jubilados sigan teniendo una pensión apropiada al final de su vida. Así se hace imposible bajar la cotización a quince por ciento. Pero con una cotización alta, como veintisiete por ciento se requiere reponer con siete hijos la jubilación merecida, de modo que el sistema funcione bien. En aquel tiempo, cuando todo era mejor, una pareja podía tener siete hijos sin apurarse. Incluso hubo trabajadores que tuvieron varios más de manera subrepticia. Entonces el sistema de pensiones funcionaba bien. Era lo que antes llamé un momento feliz.

Hoy las cosas se han dificultado mucho y no creo que mejoren. Una pareja no tiene nunca más de dos hijos, es decir uno por trabajador. ¿A dónde vamos a llegar? ¿Qué va a pasar con la fraternidad de la revolución?.

¡Bueno! La derecha es más pragmática. La solidaridad y la fraternidad sólo pueden darse en pequeños grupos y por lo general al interior de la familia, aunque casi no siempre. La solución, por lo tanto, se encontró al alcance de la mano y de la doctrina: ¡Meritocracia!. El trabajador hace méritos a lo largo de su vida laboral activa y al llegar al final del camino tiene lo que sembró en el tiempo.

Aquí un economista astuto, convenció a todos que si se ahorraba una cierta porción de la remuneración, de modo obligatorio, y se la ponía a rentar en el propio mercado productivo de los trabajadores, al final se tendría una jubilación para los años remanentes de entre un setenta y un noventa por ciento de la última renta. ¡Todos le creyeron!: ¡Se tuvo que creer! en aquel tiempo, mucho más que ahora, la vida tomaba los rumbos que la autoridad decidía. En el papel y con buen lápiz, incluso verde, la cuestión funcionaba muy bien. Pero cuando el sistema cumplió cuarenta años y los trabajadores comenzaron a jubilar, se supo que había muchas fallas que hoy parecen obvias, como por ejemplo, que nunca o casi nunca alguien trabaja cuarenta años completos. El promedio de los trabajadores, aquí, alcanza algo más de veinte. Nadie dijo que cuando se perdía el trabajo, cuando había una crisis, todas de bellos nombres: "subprime", "asiática", "burbuja inmobiliaria", "corruptela política" y tanto más; el trabajador debía entrar de nuevo al mercado laboral por la ventana de la meritocracia, con un buen deterioro de su renta.

Esta última situación explicita un problema mucho más grave que el retiro final del mercado laboral. Me refiero a la cesantía endémica que deteriora los fondos de pensión ya sean personales o colectivos. La causa de este fenómeno es la revolución tecnológica y la automatización del trabajo. La producción se hace más y más automática y muestra un horizonte fatal sin solución.

Imagino un mundo sin trabajo, donde todo se produce de manera automática. ¿Qué sentido tiene hablar de retiro y pensión en un sistema donde la gran mayoría, o nadie, jamás accedió al mercado laboral?. En el período inicial, mientras se produce una automatización completa a través del desarrollo tecnológico, los dueños de la producción aumentan, por disminución de costos, su utilidad y ven grandes beneficios. Pero la sociedad no podrá resistir las masas de personas inactivas empobrecidas y deberá subsidiar el daño que se les produzca. Así como hoy el trabajador debe aportar para un fondo de retiro, cuando éste sea reemplazado por tecnologías, éstas deberán, de algún modo compensar el paro: ¿Será necesario establecer un impuesto sustitutivo a la tecnología? ¿Sería tolerado, sin resistencia, por los propietarios de los procesos productivos? ¿Afectaría esta situación a la configuración política del poder? ¿Cuánto sería una compensación justa a un individuo que nunca pudo trabajar?. Y sin compensaciones apropiadas: ¿Cuál sería el efecto en la economía del empobrecimiento general, por falta de ingresos? ¿Comenzaría a detenerse la economía, en la medida que lo hace el consumo? ¿Terminaría paralizándose?.

En definitiva me pregunto si hay grandes visionarios que hayan avizorado y estén diseñando soluciones para un mundo en cuyo horizonte ya no exista el trabajo. ¿Quizás, entonces, ya no exista una economía?: Las máquinas y sus algoritmos no requieren una remuneración. Menos aun si llegan a ser completamente autónomas. ¿Para quién producirán los propietarios de los medios de producción si no hay consumidores? ¿Será el estado el encargado de la distribución de los bienes? ¿Será el estado el gran productor universal? ¿Los dueños del capital habrán construido, sin saberlo, la gran utopía en la que fracasó la lucha de clases?. O las clases dominantes, como la corte del Zar Nicolás, se divertirán con juegos estúpidos y placeres torpes, mientras la sociedad, ahora global se cae a pedazos.

¿Tendría la sociedad que comenzar a limitar el desarrollo tecnológico?

Kepa Uriberri