Tan lejos, tan alto, tan desconocido




¿Por qué no reconocer que la ciencia está llena de maravillas? Cuando me enredo en un texto científico bien construido, orientado a exponer con claridad su cometido, me fascino de tal modo que no lo puedo dejar hasta terminar su lectura, y no con poca frecuencia termino buscando más y más información sobre el tema.

Llevo quizás meses, intentando desarrollar un ensayo, o al menos una crónica, sobre lo ilusorio de la modelación política del hombre. La economía parece ser la más esquiva de las ciencias y siendo la más moderna, parece regida por el más moderno de los conceptos del raciocinio humano: La lógica difusa. Me enteré de este artilugio antes que por la ciencia, por las máquinas de lavar ropa, que promovían como gran avance el uso en los programas de lavado la "Fuzzy logic": Sí, cómo no. Si decían que estaban provistas de lógica difusa, la gente diría: ¡Ah! por supuesto, si aquí en (cualquier país hispano) nada es preciso, todo es más o menos: Mas o menos bueno, más o menos honesto, más o menos experto, más o menos serio, en fin. Todo es confuso y difuso, nada es lo que debe, sino sólo más o menos lo que se espera que sea, en tanto que los anglosajones, o los germanos, los escandinavos, incluso los japoneses y los coreanos, son lo que son: Claro, sencillo, preciso. Los chinos no. Como los latinos se multiplican por miles y sus artefactos son "chinos, no más". Así, entonces, una lavadora de ropa española o argentina, chilena, mexicana, no tienen Lógica difusa, sino Fuzzy logic, en inglés, que es más respetable.

Vuelvo al tema, desde la lógica confusa. La lógica difusa reconoce los principios científicos, pero a la vez da cuenta que todas las leyes de la ciencia sólo se aplican en condiciones ideales. Siempre recuerdo mi primera clase de física: "Los objetos, sin importar su peso o su masa, caen en forma idéntica y a la misma velocidad" dijo el profesor Rivera. Con un cigarrillo en la boca, con la ceniza muy larga; tomó en una mano una piedra grande y en la otra un papel arrugado. Los mostró a la clase de eventuales futuros ingenieros y preguntó: "¿Cuál cae primero?". Todos postularon la piedra, menos Alvarado que creía que el papel "porque es más livianito, así que tiene menos problemas". Rivera rio socarrón, con el cigarrillo entre los labios y soltó, con tal precisión la piedra y el papel, que justo en ese momento la larga ceniza de su pucho se desprendió y fue a caer al suelo junto con la piedra y el papel. Todos rieron por el truco de la ceniza. Rivera sólo miró con ojos pícaros y difusos. Alvarado dijo: "¿Y si el papel hubiera estado estirado?". Todos lo insultaron y le gritaron cosas horribles. El concepto, muy nuevo, de la lógica difusa hace un reconocimiento a Alvarado. Aquella ley de Newton la postulan diciendo que los objetos caen más o menos a la misma velocidad y reconoce una gran cantidad de factores no numerables por los que esa ley absoluta se hace relativa. Más dramático es el caso de una moneda que se lanza al aire un cierto número de veces. La estadística dice que en tanto el número de veces que la moneda es lanzada, crece, es más seguro que la mitad de ellas caerá con el anverso hacia arriba y la otra mitad con el reverso. La lógica difusa dice que nada asegura que sea así, sino que sólo hay una tendencia a que uno y otro resultado se parezcan. La lógica difusa es mucho más parecida a la vida real. Quizás por eso los economistas la hayan adoptado como su herramienta última.

Los políticos no son científicos. Son personas que actúan con lógica difusa, pero que no creen en ella. Por eso prometen que harán una reforma que resultará en el fin de la desigualdad, en el progreso mágico de todos, en un nuevo sistema paradigmático donde el estado regulará las cosas para que haya verdadera justicia y más. La gente que los oye, tampoco conoce la lógica difusa y cree que la promesa es absoluta y cierta. Seremos todos iguales y felices. La lógica difusa, en cambio, dice que seremos progresivamente más parecidos, con atroces vaivenes.

Cuando la sociedad no había llegado a conocer de la economía como ciencia y la política era casi un apéndice de la filosofía, que sólo discutían algunos pocos ilustrados, ya practicaba, desde tiempos inmemoriales, el comercio y la economía según se daba en el regateo. En esa época el libre mercado aún no tenía nombre. Se le bautizó mucho después, sólo hace pocos años, para tenerlo identificado y demonizarlo. A falta de conocimiento profundo, real y completo, cosa que quizás sea imposible de obtener, de las leyes naturales del mercado, más allá del simple regateo, al que para someterlo al entendimiento económico se ha llamado ley de la oferta y la demanda, la ciencia, el hombre común y el político, han utilizado la lógica difusa y en gran medida la lógica audaz, para modelar y explicar como se debe domeñar la regla libre y natural. Se ha experimentado, se ha creado leyes de fuerza e imposición, se ha fracasado, se ha puesto nombres a las soluciones para no fracasar otra vez y se ha creado ideologías y modelos de laboratorio, asaz incompletos y dogmáticos para forzar la marcha social y económica; mientras tanto, el viejo mercado sigue caminando como aquella antigua marca comercial y dominando el que hacer humano.

Hay en el inventario del pensamiento, bellísimos conceptos que han merecido elevarse hasta la poesía. Voy a usar dos, que siendo muy diferentes, por la vía de la lógica difusa llegan a parecer uno sólo. El primero de ellos se puede explicar con un mito magnífico: Dédalo, prisionero del rey Minos, fabrica unas alas para él y para su hijo Ícaro; adhiere con cera las plumas para formar las alas y para pegarlas al cuerpo. Así logran volar hacia Atenas, en busca de la libertad. Dédalo advierte a su hijo que vuele sólo a cierta altura, sin acercarse demasiado al sol, pero Ícaro, fascinado por el vuelo quiere llegar más y más alto, hasta lo imposible. Así se acerca demasiado al sol, cuyo calor derrite la cera de sus alas y cae irremisible al mar donde muere ahogado. La idea de alcanzar lo infinito, lo perfeto y lo supremo, lo inasible, se define en el concepto de la utopía. Por su parte el horizonte nace de un concepto mucho más prosaico y cercano, aunque igualmente inasible. No obstante, su naturaleza elusiva lo va convirtiendo en un concepto poético, como el de aquel lugar hacia el que siempre camina el peregrino, sabiendo que no lo alcanzará jamás. Estos conceptos, por su potencia, llegan a ser arquetipos en el devenir de la cultura.

¿Será, quizás, por eso que el hombre se pone metas inalcanzables, que lo mantienen persiguiendo horizontes imposibles e intentando construir utopías de las que siempre termina cayendo con las alas rotas?. Dice la carta de los derechos del hombre que todos nacen iguales y sin embargo la lógica difusa nos sopla siempre al oído que todos nacemos distintos. El modelo del mercado libre es un engendro perverso que habría que sustituir por uno que de igualdad a todos los hombres, pero el curso natural ineludible, al fin, siempre lleva a las sociedades al curso natural del mercado. Las sociedades modernas, en el afán de igualdad de todos, han creado la democracia, donde todos somos, por definición, idénticos. Pero la necesidad, que se mueve en las corrientes turbulentas de la lógica difusa, muestra que la igualdad es un trabajo que debe torcer el curso natural de las cosas, de manera que se hace necesario delegar, en representantes supuestamente avezados, o mejores que los demás, ese esfuerzo de definir cómo se logra la igualdad y hacerlo ejecutar. Aparece, entonces, otro bello concepto cuyo esplendor lo eleva hasta la poesía: Es la paradoja. La democracia, que asegura la igualdad de derechos para todos, requiere nominar a algunos representantes que son más poderosos, que tienen diferentes derechos y garantías, para reglamentar y regir la igualdad de los demás.

Ramoneando por estas reflexiones, con la lógica difusa bajo el brazo, al fin concluyo que la democracia es una utopía inalcanzable más, en persecución de la cual, como peregrinos que persiguen el inasible horizonte, camina la sociedad, incansable, tras sus paradójicos dirigentes, que cuando creen encontrar atajos para lograr la utopía de las igualdades, derriten las ceras de las alas de la sociedad, en el abrazador fuego de las ilusiones, y la hacen caer por los despeñaderos desde cuyas simas comienza un nuevo y persistente viaje hacia los sueños.

Kepa Uriberri