El poder, sus noticias y algunas de sus razones

Dicen que las noticias nunca se dan de a una en una. Siempre se presentan en oleadas. Ahora parece que le tocó el turno a la ola del poder, a los caudillos, a los guías, los que quieren, o no tanto, mover y dirigir la opinión y actos de las gentes.

Dicen que Chávez habría pedido ayuda, porque no quería morir. Quizás no tenía suficiente fe en haber consolidado una doctrina. A poco andar, Joseph Ratzinger, abdica de la conducción de la iglesia que dirigía bajo el nombre de Benedicto XVI por razones completamente opuestas. La doctrina de la iglesia está consolidada desde casi dos milenios; pero Benedicto no fue capaz o no se sentía capaz de hacerla prevalecer por sobre el poder terrenal que acompaña al dinero, o por encima del hedonismo desviado que ha provocado el precepto rígido del celibato.

A estas dos se añade, ahora, la elección del primer pontífice jesuita, latinoamericano, de nombre Francisco, argentino e hincha de San Lorenzo de Almagro. Y llego hasta la preferencia deportiva no por festinar y frivolizar al nuevo pontífice, sino para dejar una puerta abierta a ese aspecto de las reflexiones a que me ha llevado este nudo de noticias, sobre las que el grueso de la gente opinante argumenta con exquisita frivolidad.

No quisiera meterme a analizar la revolución bolivariana de Chávez, de la que soy escéptico. Sí he analizado la doctrina y los dogmas de la iglesia católica, porque nací y fui criado en esa cultura; más aún, fui creyente hasta que la sola fe no fue suficiente. Entonces, al incorporar la razón para creer y el análisis para explicar la fe y los conceptos que debía aceptar como axiomas, no me fue suficiente y sólo quedó la institución. Aquella que Francisco Papa teme que se transforme en una Oenegé de caridad. Al llegar a ese punto decidí dejar la institución porque me resultaba tan inútil como pertenecer al Club de la Unión de la Aristocracia.

El fervor del pueblo venezolano, a la muerte de Chávez, puedo compararlo con el que produjo la elección del papa Francisco y quizás con el estupor por la renuncia de Benedicto. No obstante que unas y otras provienen de sentimientos básicos de las gentes, éstos son de naturaleza aparente muy diversa. Unos nacen de la congoja fanática ante la desaparición del prócer conductor que ha producido un cambio social percibido por muchos como un progreso y una distribución más justa de los bienes sociales. Otra gran cantidad de gente, ahora más silenciosa, opina lo contrario. Como sea, la intención consciente y la mirada de Chávez pretendía ser hacia el cambio y el progreso, a pesar que algunos signos que eligió podrían ser vistos como contrapuestos. Así, por ejemplo, la idea de una gran nación unitaria y bolivariana, asaz de vaga en el ideario de Chávez, sólo apelaba a la idea antigua, caduca y fracasada de la gran unidad americana. Esta sería una mirada regresiva y en ningún caso progresista. Sólo elige un signo proyectivo en la utopía bolivariana, útil sólo para proponer un sentido a su revolución. Sin embargo, cualquier proyecto político de largo alcance requiere de una doctrina que institucionalice la revolución que lo pone en marcha. Esta es, siempre, la gran paradoja de toda revolución: El cambio que instaura debe ser institucionalizado y por tanto la fuerza progresiva debe ser detenida para conservar los logros del movimiento. El verdadero caudillo debe saber traicionarse a sí mismo, y entregar su traición al pueblo como una nueva verdad estabilizadora. Quizás esa es la sabiduría que este caudillo fue a buscar a Cuba. Fidel, cuando el Che Guevara le propuso profundizar y mantener el estado de revolución, que él debía, ya, consolidar, mandó al idealista argentino a continuar la revolución al continente, donde se inmoló por su proyecto. Chávez debía convertir su revolución en un estado conservador. Tal vez por eso, al momento de morir intenta decir: «Ayúdenme, no me dejen morir», lo que significaba: "Sólo yo puedo sostener esta revolución" revelando un sentimiento intensamente conservador como el que reflejó Castro en su decisión de prescindir de Guevara y sujetarse a una doctrina que institucionalizara su acción.

El gran éxito de la iglesia católica ha sido, haber institucionalizado, a partir de la revolución real propuesta por Jesús de Nazaret, una doctrina y un conjunto de dogmas que han sido conservados a lo largo de los siglos, en cada época según sus circunstancias. Cuando la consolidación de la doctrina requirió de símbolos e imágenes, se emprendió las cruzadas para conquistar el santo sepulcro, o si el curso natural del pensamiento humano tendía a disgregarse, de acuerdo a usos y costumbres, la inquisición se encargó de hacer prevalecer una doctrina unificada. Así, también se evangelizó a sangre y fuego cuando fue necesario, porque era más efectivo. En momentos de paz, los misterios, la fe que no apela a la razón, porque lo sublime no podría representarse por ésta, y los ritos cuyo efecto consolidador de las culturas son innegables, han conservado la doctrina y conseguido una institucionalidad monolítica. Mientras tanto, el progreso del hombre, a través de la difusión de la cultura y el conocimiento lo va separando, de manera lenta pero persistente, de la fe no razonada, de los preceptos y normas, y de las liturgias y ritos. Así, entonces, el drama de la iglesia es, antes que nada, que está basada en verdades absolutas e inmutables. Sin ellas la institución se derrumba. La jerarquía eclesiástica tiene muy clara esta realidad: Sabe que es imposible una reforma de fondo y por eso su Concilio Vaticano II sólo hizo cambios cosméticos. Quienes se ilusionan con un Papa Francisco modernizador, se engañan tanto como Gorbachov se engañó con su perestroika y el glasnost. La iglesia vivió esa crisis varias veces, ya; en el cisma de oriente, en la reforma de Lutero y otras. La férrea mano conservadora de León IX y luego su sucesor Víctor II, sostuvieron incólume a la iglesia católica de occidente en el primer caso, en el segundo, lo que no logró el Concilio de Trento durante diez y siete años, lo consolidó Paulo IV con la Inquisición, el instrumento más conservador de toda la historia de la iglesia. Entre tanto, las iglesias reformadas, de pensamiento racional, abiertas al cambio permanente de los tiempos, se han fraccionado sucesivamente en cientos de sectas, excepto las ramas más gruesas que después de la reforma consolidaron una situación conservadora.

Si tuviera que apostar, apostaría a que Francisco Papa tendrá un fuerte carisma orientado a los creyentes conservadores, subrayará la idea de la opción por los pobres como un lema, que detrás no tendrá más doctrina que las que conocemos. No derogará el celibato sacerdotal, ni abrirá la jerarquía eclesiástica a las mujeres, tampoco aceptará el divorcio ni tendrá una mirada ancha respecto al aborto. Posiblemente se esmere en que la iglesia busque y promueva mejores razones para su doctrina, de manera de evangelizar, si se pudiere, a intelectuales y guías de opinión. Apostaría a que Venezuela verá diluida su revolución bolivariana, que posiblemente sepulten los demócratas progresistas de siempre, excepto que a nombre del caudillo se establezca una verdadera fuerza conservadora que institucionalice, con una doctrina firme y mano recia, el socialismo bolivariano. Tendría que apostar que las izquierdas de siempre, ya sea en lo secular, civil, religioso y político, seguirán exigiendo cambios en la iglesia que esta jamás adoptará, seguirán pidiendo progreso económico y político mientras todo régimen, incluido el de Venezuela deriven a la consolidación conservadora, mas temprano que tarde, traicionando, graciosamente al pueblo.

Para finalizar, un juego de equivocaciones tan antiguo como las revoluciones: El arquetipo profundo del pensamiento humano define el avance hacia la derecha, en tanto la regresión, la introversión y el retroceso se mueven a la izquierda. Por eso se escribe de izquierda a derecha, avanzando en las ideas que se expresa. En este equívoco cayó nuestro caudillo Chávez: El escudo nacional de Venezuela, que aparecía al centro de su bandera, tiene un caballito blanco, que galopaba hacia el progreso, hacia la derecha. La bandera y el escudo de la república bolivariana fueron cambiados, de manera que el caballo hoy galopa retrocediendo hacia la izquierda y el escudo se ubicó en el primer cuarto de ese extremo. Tal vez sea que las fuerzas progresistas se ubiquen a la izquierda para tener amplio campo para avanzar, mientras las de derecha se ubican ahí como un símbolo que expresa que ya se ha llegado y se debe defender del avance del progreso: Aunque no lo creo; no obstante que las izquierdas, cuando ya asen el poder, indefectiblemente se hacen conservadoras, derechizándose.

Kepa Uriberri