La marca de Caín

Si se tiene dos guisantes de estirpe pura, pero diferente, de su cruza resultarán sólo guisantes con las características de uno de sus progenitores. Sin embargo, de la cruza de sus descendientes entre sí, un cuarto de los guisantes tendrán la característica desaparecida en la segunda generación.

Gregor Mendell

En el principio no había poetas. Sólo había poesía enredada en los tules de espuma que visten la luna, o en las hojas secas que cubren los senderos en otoño y tal vez en los ojos enamorados de las mujeres. Pero poetas que la recogieran, no había.

El hombre había sido hecho de pequeñas piececitas perfectas, pulidas por el aliento creador y unidas con precisión. Lo mejor del hombre y su diferencia se llamó, por aquel tiempo, mujer. Pero poetas: No había.

Todo parecía hecho a imagen y semejanza del Gran Hacedor, o del Supremo Caos Universal, o de los Dioses que poblaban los miedos ancestrales y se reputaba, por tanto, perfecto y así lo parecía. Pero poetas: Poetas no había.

El hombre y su mujer, o la mujer y su hombre eran inocentes y aun no tenían conciencia de la gran poesía universal y creían ser dueños de todo lo ordenado, de la armonía y lo bueno. Entonces fue que la mujer parió, primero al hijo predilecto Amado y después a todas sus hijas. Todos ellos eran parte de lo bueno y eran buenos como la Suprema Potencia quiso que fuera. Aun la poesía flotaba en el viento que atravesaba los bosques umbríos, o sobre la bruma que habita el horizonte allende los mares, o en el sol tardío que corre a esconderse lleno de rubores tras ellos. Pero poetas que la capturaran en un verso, en un suspiro; no había.

Fue por ese entonces que la mujer, por vez primera parió con dolor y su hombre sintió temor y creyó que estaba solo en la tierra y estaba desnudo. Sólo entonces supo que existía el error y que no todo era bueno y por eso al hijo que la mujer parió le llamó Caín.

Caín traía consigo el error y estaba marcado. Tenía en sí mismo la contradicción de lo bueno con lo malo y era bueno, pero estaba marcado y no era como su hermano Amado. Amado era bueno y era bueno y su ofrenda a los dioses o a la vida universal y a sus padres era, pues, buena y satisfactoria. Caín se sorprendió al ver la poesía, porque estaba marcado, y se quedaba contemplando cómo caía por las aguas rumorosas de los arroyos, o se quedaba suspendida en el pecho tierno de alguna mujer joven y también en su mirada fija. Por eso Caín no tenía tiempo para las ofrendas a sus ancestros o a los dioses, o al supremo arquitecto de todo lo que es. Caín tenía la marca, pero poetas no había.

Caín vio la poesía en la mujer de su hermano, en sus manos delicadas, en su mirada fija, en el canto de su voz y en sus caderas redondas, entonces la robó, y huyó con ella a esconderse tras la distancia que hay en la poesía que amaba. Caín tuvo hijos con la mujer de su hermano: La mitad de ellos tenían, como él mismo, la marca. La otra mitad eran buenos y buenos como la mujer de su hermano que él había robado. En aquel entonces no había poetas.

Los hijos y las hijas de Caín tuvieron hijas e hijos con los hijos y las hijas de la mujer de su hermano y también con las hijas y los hijos del mismo Caín, tanto como los hijos e hijas de la mujer de su hermano tuvieron, entre sí, hijas e hijos. Fue de ese modo que entre los descendientes de Caín, nueve tenían la marca de Caín, seis no la tenían y uno de ellos la tenía dos veces y se llamó Enoch que significa El que canta la poesía. Desde entonces, uno de cada diez y seis de los descendientes de la raza de Caín se llama Enoch, seis llevan la marca de Caín y los otros son amados de los dioses. Se dice que fue así que nacieron los poetas.

Kepa Uriberri
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