Psicodrama: En aquel tiempo era un niño




El psicodrama suele ser una herramienta fundamental para aceptar la propia identidad. ¡Nada más!



Estaba yo sentado, acurrucado sobre la tierra húmeda en el fondo del jardín, rodeado de plumas de pajarito. La noche era muy fría pero no me importaba nada, porque en el aire otoñal, además de aroma de lluvias que ya se disipaba flotaba esa fragancia tan, taaan atractiva que traía la cercanía de esa otra niña, parecida a mi, que solía ver pasear bajo mi balcón. Ahora tenía la ilusión, y eso esperaba aquí en la humedad de la tierra, más allá del pasto mojado de lluvia, que ella apareciera justo cuando yo también estaba libre por el jardín. Su fragancia me hacía un efecto salvaje tan fuerte, tan potente, que cuando vi a ese pajarito atrasado, volando bajo, en busca de su nido, di un salto, que sin su estímulo jamás habría sido ni tan alto ni tan preciso como para atrapar al avecita. No sé si el "tuí" que alcanzó a gemir fue de pavor o de sorpresa; así como tampoco estoy seguro de la razón por la que antes de caer, otra vez al suelo, ya había mordido su cuello tierno, del que brotó un hilito tibio de sangre dulce, tan sabroso, que en un santo y amén me empujó a comérmelo todo. ¡Nunca antes había hecho una cosa así!. A veces me gusta jugar a que soy un gato.

En todo esto estaba yo, mientras oía, sin atención ninguna, las voces que me llamaban desde la casa. No pensaba, tampoco, hacerles caso. Harto había tenido que gemir y llorar para que me abrieran la puerta y salir detrás de estos instintos que me llamaban con tanta fuerza. Hablando conmigo mismo, satisfecho y emocionado entre las plumas del pajarito, me decía: "Supongamos; sólo por un momento supongamos, que yo era un gato salvaje y feroz; un gato cazador de pajaritos que vivía en esta enorme sabana, de la que era dueño. Mi hembra era esa niña de pelo oscuro que en algún lugar cercano merodea con ese perfume sutil. Entonces, de repente, bajaba por la pared que divide la sabana, el Vaca o vaca, porque no sé si ese es su nombre o su raza: Mi mamá nunca me lo ha explicado, sólo sé que si se llama así o sólo le dicen, es porque usa el pelo de dos colores, a saber, negro en la espalda y por la oreja izquierda y blanco todo el resto. Creo que las vacas son así, aunque jamás he visto una, pero eso dicen las personas grandes y así las pintan. Nosotros los niños, no sabemos nada de eso. Bueno; decía que bajaba por la pared el Vaca y yo le decía: "¡Así te quería pillar!" y le inflaba todos los pelos del cuerpo y la cola, así de gordos y el me gañía y ponía las orejas gachas y la espalda arqueada y yo le lanzaba un arañazo y lo desafiaba: "Mira imbécil: ¡Este es mi jardín! y no te quiero ver por aquí. Además la peludita de ojos amarillos que anda por ahí es mi hembra". El niño vaca es un abandonado: No tiene a nadie y por eso sólo maúlla. Nunca aprendió a hablar como yo. En fin, no es que yo hable tanto, pero entiendo todo y digo las cosas pero sale algo como "ÑaaaaaAAAaaááá Aaaa", porque parece que tengo algún defecto en la boca o la lengua... ¡Ni sé! y siempre que hablo con los grandes termino bostezando en vez de decir cosas. Sólo puedo decir que como niño, soy infinito mejor que el vaca y además todo este jardín (mi sabana de gato salvaje) es mío y no sólo lo defiendo yo mismo, sino que cuando el Vaca me busca pelea y empiezan los gritos y los pelos erizados, los arañazos, las colas infladas y los brincos, aparece de inmediato mi mamá, o mi Alfa, o la Beta y le gritan unas groserías así como "Aaaaheeeeh aaah gatoontudre" o no sé algo así, que el vaca arranca como alma que se lleva el diablo. Entonces pregunto; y que me responda el que quiera, el más salvaje o el más audaz, no me importa: "¿Quién es el dueño de todo el jardín?". El Vaca me dijo el otro día, cuando yo estaba encerrado en mi balcón y no podía defenderme, que todo éste era su territorio. Este lado donde ahora estoy, por donde entra y sale toda la gente, donde botan las basuras exquisitas que a él tanto le gusta hurgar y oliscar, y también, dijo, todo este otro lado, más allá incluso de los árboles del fondo, más allá del jacarandá, la acacia y el aromo más allá del damasco y de las estructuras de fierro donde los niños mas grandes, esos que se cambian de pellejo como los mayores, juegan a colgarse y resbalarse, gritando como condenados, incluso, dijo, toda esa parte que yo ni me imagino porque nunca he estado ahí, donde habría una niña viejita y muy peluda que tiene la cara de dos colores: Naranjo y gris. Todo eso dijo el Vaca y yo sólo podía gañirle desde ahí arriba: ¡Qué rabia!.

Así es que ahora estaba aquí, contento y decidido a tener amores con la hembra perfumada que olía tan atractiva y defenderla del Vaca que podía aparecer, porque ahora yo era un gato salvaje, acurrucado en este rincón junto al tronco del árbol cortado, señoreando la noche. Para demostrar que era cierto y que ella viera que yo era valiente y salvaje, me había comido un pajarito y tenía todas las plumas alrededor; cuando estaba en eso, aparece allá arriba de la escalera el Alfa y me llama, así perentorio, como lo hace él, con esa voz tan potente y dura y me dice: "¡Ya Moya! ¡Para adentro!" y da uno de esos palmazos aterradores: "¡Chas!". Pero, en ese momento yo era un gato silvestre, de monte y sabana, «¡garduño de pitas agrias!» como creo que dijo un poeta que el Alfa recita; y no estaba dispuesto a hacer el ridículo ante mi gatita olorosa que de seguro me observaba tímida y ganosa, entre las buganvilias. Por eso miré desafiante al Alfa, ¡no más!. Él bajó un tramo de la escalera y desde ahí me volvió a ordenar: "¡Moya caramba! Para adentro" y volvió a dar otro palmazo. A mi se me agitó el corazón, pero no dije nada. Solo le sostuve la mirada. Entonces bajó el otro tramo de escala y abrió la reja del jardín. Nunca lo ha hecho, pero me da tanto miedo que lo haga: que me dé un palmazo con esas manos enormes con las que a veces, cuando me pilla, me levanta y me sostiene en brazos; que cuando salió al jardín me olvidé de ese aroma exquisito a hembra alzada y corrí, y pasé corriendo al lado del Alfa, subí corriendo las escaleras, hasta la puerta de la casa que estaba junta y no me importó; le di un cabezazo feroz, entré y me escondí en el balcón. Pero mientras subía el Alfa, me dio tanto susto y estaba tan emocionado que me dieron ganas de hacer caca y me metí en mi baño con arena.

¿Qué se creen? Cuando salí, después de hacer una caca hediondísima porque me habían dado, para hacerse los cariñosos conmigo, un pedazo de chorizo de Chillán y un poco de pescado oloroso, que parecía basura de lo exquisito y encima con el pajarito; digo que cuando salí, ahí estaba el aroma de mi niña, que andaba por este lado del jardín, mientras yo la esperaba por el otro: ¡Así de gordo se me puso el rabo de emoción! y le empecé a decir cosas amorosas desde aquí arriba y ella: "¡Ven!" me decía no más. Y se paseaba de aquí para allá moviendo su precioso culito, con el rabo parado y yo estaba que me tiraba para abajo y ella: "¡Tírate! no pasa nada" me decía. ¡Juro que me sentía tan feliz que se me había olvidado todo! y cuando me iba a tirar, con todos los pelos del cuerpo erizados, que me veía así de precioso, sale al balcón mi Alfa y al verlo, ella echa a correr y se va. Mi mami que estaba ahí calladita mirando como conquistaba yo, se enojó mucho y el Alfa dijo una cosa que no entendí, pero todos se rieron: Dijo que estaba perdiendo el tiempo porque yo era un «quadcore», "pero le cortaron los dos núcleos reales y está celando a la hembra con los dos virtuales". Después me dijo: "¡Ven para acá farsante!" y me agarró con sus manos enormes y me llevó delante de un espejo: "Mírate" y me puso así colgando para que me viera entero, pero a mi no me gusta mirarme, porque ahí veo que soy distinto de los otros niños. Ellos tienen orejas redondas y yo las tengo filudas, ellos tienen la cara pelada y yo la tengo peluda, ellos se cambian todo el tiempo el pellejo y yo no; yo tengo siempre el mismo. Ellos tienen sus camas propias y yo tengo que andar buscando donde dormir. Así es que no me gusta mirarme en los espejos, porque son perniciosos y muestran la verdad. Por ejemplo: ¿Qué tal si me miro y me doy cuenta que no soy un niño? ¿Y si de verdad soy un gato? ¿Y qué si he vivido engañado y mi mamá no es mi mamá sino mi dueña? O sea yo no sería libre; tendría una dueña y eso del «quadcore» significaría que... ¿O sea que me habrían cortado mis dos procesadores y ahora me quedarían sólo la ilusión y la imaginación? ¿Y con qué derecho me habrían infligido esta vergüenza?

Nadie imagina la pena que sentí de mí mismo, ¿con qué cara me podía presentar ahora delante de esa gatita de aroma tan delicioso? y delante de este espejo donde vi mi vientre peludo de gato castrado. El Alfa con su enorme crueldad, tan grande como sus manos inmensas, me mostraba la realidad; mi mamá se burlaba de mí cuando decía que yo era su hijo, pero ella es una persona y yo al mirarme ahí, en ese vidrio mágico, era apenas un gato incompleto: ¡No era su hijo! Por eso yo salía a hacer caca al balcón, mientras ellos tienen un baño precioso al que no me dejan entrar. Por eso ellos comen sentados a la mesa en platos de loza y a mí me dan mi comida en un tiesto de metal, en el suelo, y me lanzan trocitos de carne y se ríen cuando los pesco al vuelo, antes que caigan al piso. Por eso ellos comen cuatro veces al día y yo sólo dos. ¡Qué egoístas son! para que yo sea una buena mascota me hacen creer que soy un niño, porque creen que soy un idiota.

Maullé lleno de vergüenza y tristeza. Me escapé de las manos del Alfa, que no era mi abuelo como mi mamá me decía y me escondí debajo de una cama a llorar, humillado. O sea, quería llorar pero no podía; no sabía cómo, porque soy una persona gato, no una persona humana.

Kepa Uriberri