Escríbame algo




Una mujer, eventual, me pregunta qué hago. "Escribo" le digo, entonces me pide que le escriba algo:



Mirna;

El primero de todos los misterios es que no sé tu nombre. Por eso te digo Mirna, Mirna. El segundo es que, de seguro, tampoco recuerdas el mío; no importa.

Siendo todavía muy niño fuiste mi primer amor. En ese entonces te llamaste María y fuiste inalcanzable. En aquel tiempo no sabía qué era el amor. Creí que eran tus labios tan rojos, o las ondas altas de tu pelo oscuro, quizás el secreto de tus pechos, o ese raro deseo de mirarte siempre y tocarte. ¿O era el aroma fresco de tu falda de verano cuando te ibas?.

Este tercer misterio lo arrastro desde entonces y desde entonces te busco, sin saberlo, tal vez, en todas las mujeres. Sólo a veces te encuentro. A veces de lejos en alguna calle cualquiera entre toda la gente. A veces desde una ventana en movimiento, te veo pasar por una vereda o en una estación lejana de algún tren y no puedo ir tras de ti, para alcanzarte. Te he visto en lugares lejanos que no he vuelto a visitar, y te he visto a la vuelta de una esquina con otro. Te vi, creo, detrás de alguna ventana peinando las ondas de tu pelo y también te vi ahí, al alcance de mis manos, aunque tu mirada estaba tan lejos.

Hoy te veo a escondidas, al pasar. En esa vitrina, de rojo, de labios rojos, como una muñeca en exhibición y yo quiero adivinar tu nombre. Me pides que te escriba cualquier cosa, pero hoy, igual que siempre, yo ya me voy y sólo te puedo escribir: ¡Adiós!

Kepa Uriberri